
El término «estrategia» tiene sus raíces en la esfera militar y existe desde que los generales planifican sus campañas bélicas. Su uso en el contexto empresarial se desarrolló más tarde creciendo su popularidad en la década de los 60, no obstante, en 1985 Michel Porter, en su libro “Ventaja competitiva” redefine la idea que el mundo empresarial tiene de la competencia y es cuando el término alcanza su mayor relevancia. Sin embargo, hoy en día es un término del que se abusa en la teoría empresarial o management, y para muchos, resulta un término confuso.
Para poner el término en el contexto que nos interesa, es decir, el mercado, hay que reconocer que todo emprendimiento o negocio aspira a ser el ganador, pero inevitablemente enfrentará rivales o competidores inteligentes y resueltos, cuyas intenciones a menudo entrarán en conflicto con las nuestras, pero que también constituyen potenciales aliados. En este contexto las decisiones de negocio que tomemos pueden dar paso al conflicto o por el contrario invitar a la cooperación. “Estas decisiones interactivas se llaman estrategias y el plan de acción correspondiente se llama estrategia”.
¿Pero es suficiente contar con un plan o plan estratégico?
La respuesta es categóricamente NO, contar con un plan estratégico no necesariamente significa contar con una buena estrategia. Convengamos primero que lo requiere un negocio para ser exitoso, entre otros asuntos, no es elaborar cualquier estrategia, sino una estrategia efectiva que permita destacar y prosperar por sobre la competencia. “Un negocio tiene tantas posibilidades de escoger una buena estrategia como una mala”.
En mi opinión, si bien el plan es importante y puede ser necesario (pero no requisito), lo fundamental es comprender cuales son los componentes claves de una estrategia efectiva, es decir, el o los objetivos que se pretenden alcanzar y el marco temporal asociado, la ventaja competitiva como la esencia fundamental de la estrategia, que se refiere a lo que su negocio hará distinto y mejor que los competidores, que a su vez tiene implícita la propuesta de valor que explica por que el cliente objetivo nos debería preferir por sobre las demás alternativas. Y por último, está su alcance o dominio del negocio, es decir, cuáles serán los limites mas allá de los cuales no se aventurará. Por ejemplo si su plan es ingresar al negocio de la consultoría ¿qué servicios ofrecerá?, ¿lo hará de forma tradicional o innovará?, ¿a qué tipo de clientes dirigirá su oferta?, ¿lo hará de forma local o global?.
Finalmente la combinación de estos tres elementos claves, requiere de trade-offs (una cosa por otra), choice (elegir) o más claro, escoger que no hacer, lo que podrá distinguirla de sus competidores.